Año 2 Número 5
Soltemos las ligaduras
“«¡Vamos
a quitarnos sus cadenas! ¡Vamos a librarnos de sus ataduras!»” Salmo 2:3
¿No es lo que las personas
queremos? ¿Ser libres?
Pero en el caso del
versículo de arriba no es así. Los que gritan desaforados por esa liberación
son los pueblos de la tierra, son las naciones conspirando. Son los poderosos
del mundo haciendo alianzas, son los
caudillos, los líderes, que declaran a toda voz esas proclamas.
Pero, ¿ liberarse de quién?
De Dios y su Ungido, Cristo.
¿Es posible?
Solo mira alrededor y
responde.
El pecado más común, tan
común que ya “no es” pecado, es el egoismo. El idolatrarnos nosotros mismos.
No bastaba que las mujeres
gastaran lo que no tienen en ponerse bellas, ahora los hombres son llamados
“metro sexuales”, es decir exaltadores de su persona, acicalándose para
acentuar su atractivo, en una sociedad donde el lucir bien es la premisa
fundamental. Es decir, fijar la atención en nuestra propia persona, por encima
de todos los demás, de todas las cosas.
EL egoísmo es la motivación
satánica, es lo que trae aparejado la mayoría de las desgracias del mundo.
El diablo, Lucifer (ángel de
luz), el más hermoso de los ángeles, observando el poder y majestad del
Todopoderoso, tuvo celos de la Gloria de Dios, e instigó la rebelión entre el
resto de los seres angélicos, de los cuales un tercio se le sumó.
Los celos son manifestación
de la inseguridad y la insatisfacción, al no poder ser lo que creemos que son
los demás.
Cuando no sabes cuál es tu
propósito en este mundo, algo feo crece dentro de tí. Pierdes la alegría, y
comienzas a envidiar a aquellos que tienen lo que tú quieres.
Y asoma el espíritu de
competencia, y la amargura gana tu alma y ya nada te contenta.
Eso sucede en nuestra
sociedad, dentro de nuestras Iglesias. Todos quieren ser el número uno, el
jefe, el patrón, el director técnico, el senador, el presidente.
Entonces, en nuestro deseo
de ser el número uno, nosotros codiciamos, deseamos, ansiamos, y competimos
para lograr el estatus aquel que parece darle todo al tipo que está encima
nuestro.
Queremos poseer, tener,
comprar, acumular.
¿Qué necesita el hombre para
ser feliz? Un poco más de lo que tiene.
La
actitud de un corazón así es el sentimiento de satanás, que dijo: “Subiré al
cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el
monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de
las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo”
Isaías 14:13-14
Entonces, ¿Que haremos, para evitar tal tentación, para salir de
la maldad de pretender exaltarnos nosotros mismos?
Sencillo: Esperar en Dios.
Si no esperamos, si no
tenemos paciencia, si queremos las cosas ya, de nuestro interior brotará el
grito: “¡Vamos a quitarnos sus cadenas! ¡Vamos a librarnos de sus ataduras!”
Dios te ha escuchado, puedes
estar seguro de eso. No sé como expresarlo para que lo entiendas, Dios está en
control, Dios conoce las intenciones de tu corazón, sabe de tus esfuerzos, de
tu angustia.
No te sumes a los que se
rebelan, a los amotinados, a los descreídos. Su suerte está echada y es
terrible. Todos van a terminar donde el gusano nunca muere, donde el fuego
nunca se apaga.
Confía en Dios, El prometió
que estaría contigo, El hará.
¿Quieres orar conmigo?.
Señor
mío y Dios mío, renuncio a esa libertad de vivir sin tí. Enséñame que Tú tienes
un plan para mí, que tu voluntad es perfecta. No quiero rebelarme contra Tí ni
contra Cristo. Quiero sentir tu amor, y tener la seguridad de que estás en
control, aprender a esperar, con la certeza de que el futuro que tienes para mí
es el que necesito. Líbrame de todo poder de las tinieblas, aleja al diablo y
sus huestes de mí y de mi familia, que tu soberana voluntad se haga en
nosotros. Hazme conocer la verdad, esa que nos hace verdaderamente libres.
En el Nombre de Jesús.
Amén
Bendiciones
Tu hermano en Cristo
Roosevelt Altez
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