Año 2 Número 2
Esperando
respuesta a mis oraciones
“Hubiera yo desmayado,
si no hubiera creído que había de ver la bondad del Señor en la tierra de los
vivientes. Espera al Señor; Esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera al
Señor.” Salmo 27:13-14
¿Leíste los dos versículos?
Hazme un favor, léelos de nuevo.
Pero lentamente.
Respira hondo. Exhala el aire sin prisas,
siente como fluye lentamente fuera de tus pulmones.
Analiza las palabra.
¿O quieres que lo hagamos juntos? Bien, ahí
vamos.
Usemos expresiones cotidianas y en vez de “hubiera
yo desmayado” digamos… me sentía
desfallecer, casi renuncio a esperar. En lugar de mirar la tierra que me
sostuvo hasta este momento, estaba con mi atención puesta en el abismo que se
abría delante de mí. Imposible de pasar, imposible de salvar. Todas los caminos
alternos cortados.
Las posibles soluciones, pensadas y repensadas,
dadas vueltas, desmenuzadas, no funcionaban.
“Si no hubiera creído”
Hagamos una pausa. Esta palabra hay que
deletrearla.
Es esencial: creído, CREER.
¿Creer en qué?
En que la bondad de Dios se manifiesta cuando
oramos, cuando pedimos.
Tú dices:
-Muchos
cuandos, pero ¿cuándo?
-Te entiendo.
Y el salmista también, por eso dice enseguida: “en
la tierra de los vivientes”
Esto es, en el mundo que tú y yo llamamos real.
En esta tierra; exacto, en esa tierra que no miras porque tienes tu vista fija
en el abismo que se abre delante de tí.
Pero nuestro héroe, el que escribió los versos
de arriba, creyó.
Repite conmigo, CREER
Esa es la llave, la que abre la puerta a lo
invisible, a lo inesperado, a lo asombroso.
De pronto, el abismo ya no está, en su lugar se
extiende una pradera de ensueño.
Afirma tu pie. Camina sobre ella.
Es real.
Esperar es la expresión que sigue.
ESPERAR.
Es una
odiosa palabra. No debería existir.
Esperar las calificaciones de un examen en el
colegio. Esperar los resultados de una prueba de HIV. Esperar que venga el bus. Esperar que me llame
quien amo y por quien no duermo. Esperar por el trabajo al que mandé el
curriculum.
Esperar. Esperar. Esperar.
-Difícil,
Dímelo a mí.
Queremos todo ya.
Y a la medida de nuestros deseos. A veces
tardamos años en percatarnos de que lo que queríamos – y gracias a Dios no
sucedió- no era bueno para nosotros.
Pero la mayor parte del tiempo lo olvidamos.
Perdimos un examen, estudiamos de nuevo, y más, lo salvamos. Ya pasó (obviamos
confesar que ahora sabemos del asunto y que antes no entendíamos nada).
¿Me sigues?
¿Estás esperando justo ahora que el Señor intervenga en algo
que te inquieta, o en la vida de un ser querido?
¿Dios se demora?
Dice el salmista: “Esfuérzate y aliéntate, un
poco más, y ya viene”
La urgencia es muchas veces mal consejera. Dios
sabe lo que hay por delante, nosotros no.
Ajusta tu actitud. Y si piensas que es un mal
consejo, escucha el de tu mente: “patrañas, lo quiero ya”, tú elijes.
Dios te ama tanto que no puede dejar que suceda
a tu manera.
¿Le darías una navaja afilada a un niño de
cinco años porque grita y llora que la quiere? ¿Dejarías a esa persona que amas
concurrir a una fiesta donde sabes que se distribuye droga, que personas con
Sida frecuentan habitaciones donde se inyectan con agujas sin esterilizar?
Claro que no.
Entonces ajusta tu actitud, mientras esperas la
respuesta de Dios.
¿Qué tan apremiante es lo apremiante?
¿Lo es tanto para quitar la mirada del que da
las soluciones y enfocarte en la solución?
Me
corrijo: ¿En lo que tú crees que es la solución?
Mira a Dios. De nuevo. Mira a Dios. ¿No lo ves?
Otra vez.
Sí, es su mano.
Su mano
extendida hacia tí.
Y fíjate atentamente. Sí, fíjate en la palma.
Recorre las huellas de esa mano que extrajo de
la tierra de Egipto a un pueblo esclavizado. Y mientras lo haces, también
recuerda que esa misma, enorme mano, abrió las aguas del mar, y las mantuvo
separadas para que pasara el pueblo hebreo.
Y si observas atentamente, hay un nombre
escrito.
No se nota lo que dice.
Acércate más.
¿Cómo?. ¿Es tu nombre?
Imposible.
Lee de nuevo. Si, es tu nombre.
“Yo te llevo grabado en las palmas de mis manos”
Isaías 49:16
Es tiempo de preguntar: ¿Haría oídos sordos a
tu oración aquel que se tomó el trabajo de grabar tu nombre en sus manos?
Pero espera, hay más.
“Señor, tú me has examinado y me conoces; tú
sabes cuando me siento o me levanto;
¡desde lejos sabes todo lo que pienso! Salmo
139: 1-2
¿Qué?
¿Conoce desde donde está lo que te sucede?
¿Y no te contesta?
Pero sigue: “Hace ya mucho tiempo, el Señor se
hizo presente y me dijo: Yo te amo con amor eterno” Jeremías 31:3-5
¿Pensaste en eso? Dios es eterno, por eso te
ama con amor eterno.
Ahora el golpe de gracia.
“Todavía no tengo las palabras en la lengua, ¡y
tú, Señor, ya sabes lo que estoy por decir! Tu presencia me envuelve por completo; la palma
de tu mano reposa sobre mí” Salmo 139:4-5
-¿Confundido,
confundida, asombrados?
-No
puede ser. No. No entiendo
¿No entiendes?
Yo tampoco.
Y el salmista menos. Fíjate lo que dice a
continuación: “Saber esto rebasa mi entendimiento; ¡es tan sublime que no
alcanzo a comprenderlo!” Salmo 139:6
En otras palabras, no entiendo pero me aferro a
tí. Suficientes credenciales son tu amor y mi nombre escrito en tu mano.
Y llegamos al tiempo de oración, pero antes
debo felicitarte.
Ahora mismo te has focalizado en Dios, y has
dejado de hacerlo en el problema.
Esa es la actitud correcta.
Cierra los ojos conmigo, mientras miramos al
Altisimo, a nuestro Amado Padre.
Oremos: Amado Señor,
perdóname por no entender todo lo que me amas. Tu eterno amor es algo demasiado
maravilloso para mí. Vengo a tí a dejarme cubrir por tu mano, por esa palma que
tiene mi nombre grabado en ella. Vengo a refugiarme en tu regazo. A abandonarme
a Tí. Tú conoces mis luchas, mis problemas, y en particular éste que ha
motivado que te busque con desesperación. Te confieso que estaba desesperado,
pero ahora sé que tu tienes el control. Dame fuerzas para seguir esperando. Auxíliame
en este difícil momento. Mientras, espero y creo.
En el nombre de Jesús.
Amén
Bendiciones
Tu hermano en Cristo
Roosevelt Altez
email: raltez@gmail.com
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