miércoles, 9 de enero de 2013

Esperando respuesta a mis oraciones




Año 2 Número 2
Esperando respuesta a mis oraciones

“Hubiera yo desmayado, si no hubiera creído que había de ver la bondad del Señor en la tierra de los vivientes. Espera al Señor; Esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera al Señor.” Salmo 27:13-14

¿Leíste los dos versículos?
Hazme un favor, léelos de nuevo.
Pero lentamente.
Respira hondo. Exhala el aire sin prisas, siente como fluye lentamente fuera de tus pulmones.
Analiza las palabra.
¿O quieres que lo hagamos juntos? Bien, ahí vamos.
Usemos expresiones cotidianas y en vez de “hubiera yo desmayado” digamos…  me sentía desfallecer, casi renuncio a esperar. En lugar de mirar la tierra que me sostuvo hasta este momento, estaba con mi atención puesta en el abismo que se abría delante de mí. Imposible de pasar, imposible de salvar. Todas los caminos alternos cortados.
Las posibles soluciones, pensadas y repensadas, dadas vueltas, desmenuzadas, no funcionaban.
“Si no hubiera creído”
Hagamos una pausa. Esta palabra hay que deletrearla.
Es esencial: creído, CREER.
¿Creer en qué?
En que la bondad de Dios se manifiesta cuando oramos, cuando pedimos.
Tú dices:
 -Muchos cuandos, pero ¿cuándo?
 -Te entiendo.
Y el salmista también, por eso dice enseguida: “en la tierra de los vivientes”
Esto es, en el mundo que tú y yo llamamos real. En esta tierra; exacto, en esa tierra que no miras porque tienes tu vista fija en el abismo que se abre delante de tí.

Pero nuestro héroe, el que escribió los versos de arriba, creyó.
Repite conmigo, CREER
Esa es la llave, la que abre la puerta a lo invisible, a lo inesperado, a lo asombroso.
De pronto, el abismo ya no está, en su lugar se extiende una pradera de ensueño.
Afirma tu pie.  Camina sobre ella.
Es real.
Esperar es la expresión que sigue.
 ESPERAR.
 Es una odiosa palabra. No debería existir.
Esperar las calificaciones de un examen en el colegio. Esperar los resultados de una prueba de HIV. Esperar que venga el bus. Esperar que me llame quien amo y por quien no duermo. Esperar por el trabajo al que mandé el curriculum.
Esperar. Esperar. Esperar.
 -Difícil,
Dímelo a mí.
Queremos todo ya.
Y a la medida de nuestros deseos. A veces tardamos años en percatarnos de que lo que queríamos – y gracias a Dios no sucedió- no era bueno para nosotros.
Pero la mayor parte del tiempo lo olvidamos. Perdimos un examen, estudiamos de nuevo, y más, lo salvamos. Ya pasó (obviamos confesar que ahora sabemos del asunto y que antes no entendíamos nada).
¿Me sigues?
¿Estás esperando  justo ahora que el Señor intervenga en algo que te inquieta, o en la vida de un ser querido?
¿Dios se demora?
Dice el salmista: “Esfuérzate y aliéntate, un poco más, y ya viene”
La urgencia es muchas veces mal consejera. Dios sabe lo que hay por delante, nosotros no.
Ajusta tu actitud. Y si piensas que es un mal consejo, escucha el de tu mente: “patrañas, lo quiero ya”, tú elijes.
Dios te ama tanto que no puede dejar que suceda a tu manera.

¿Le darías una navaja afilada a un niño de cinco años porque grita y llora que la quiere? ¿Dejarías a esa persona que amas concurrir a una fiesta donde sabes que se distribuye droga, que personas con Sida frecuentan habitaciones donde se inyectan con agujas sin esterilizar?
Claro que no.
Entonces ajusta tu actitud, mientras esperas la respuesta de Dios.
¿Qué tan apremiante es lo apremiante?
¿Lo es tanto para quitar la mirada del que da las soluciones y enfocarte en la solución?
Me  corrijo: ¿En lo que tú crees que es la solución?
Mira a Dios. De nuevo. Mira a Dios. ¿No lo ves?
Otra vez.
Sí, es su mano.
 Su mano extendida hacia tí.
Y fíjate atentamente. Sí, fíjate en la palma.
Recorre las huellas de esa mano que extrajo de la tierra de Egipto a un pueblo esclavizado. Y mientras lo haces, también recuerda que esa misma, enorme mano, abrió las aguas del mar, y las mantuvo separadas para que pasara el pueblo hebreo.
Y si observas atentamente, hay un nombre escrito.
No se nota lo que dice.
Acércate más.
¿Cómo?. ¿Es tu nombre?
Imposible.
Lee de nuevo. Si, es tu nombre.
“Yo te llevo grabado en las palmas de mis manos” Isaías 49:16
Es tiempo de preguntar: ¿Haría oídos sordos a tu oración aquel que se tomó el trabajo de grabar tu nombre en sus manos?
Pero espera, hay más.
“Señor, tú me has examinado y me conoces; tú sabes cuando me siento o me levanto;

¡desde lejos sabes todo lo que pienso! Salmo 139: 1-2
¿Qué?
¿Conoce desde donde está lo que te sucede?
¿Y no te contesta?
Pero sigue: “Hace ya mucho tiempo, el Señor se hizo presente y me dijo: Yo te amo con amor eterno” Jeremías 31:3-5
¿Pensaste en eso? Dios es eterno, por eso te ama con amor eterno.
Ahora el golpe de gracia.
“Todavía no tengo las palabras en la lengua, ¡y tú, Señor, ya sabes lo que estoy por decir!  Tu presencia me envuelve por completo; la palma de tu mano reposa sobre mí” Salmo 139:4-5
 -¿Confundido, confundida, asombrados?
 -No puede ser. No. No entiendo
¿No entiendes?
Yo tampoco.
Y el salmista menos. Fíjate lo que dice a continuación: “Saber esto rebasa mi entendimiento; ¡es tan sublime que no alcanzo a comprenderlo!” Salmo 139:6
En otras palabras, no entiendo pero me aferro a tí. Suficientes credenciales son tu amor y mi nombre escrito en tu mano.
Y llegamos al tiempo de oración, pero antes debo felicitarte.
Ahora mismo te has focalizado en Dios, y has dejado de hacerlo en el problema.
Esa es la actitud correcta.
Cierra los ojos conmigo, mientras miramos al Altisimo, a nuestro Amado Padre.
Oremos: Amado Señor, perdóname por no entender todo lo que me amas. Tu eterno amor es algo demasiado maravilloso para mí. Vengo a tí a dejarme cubrir por tu mano, por esa palma que tiene mi nombre grabado en ella. Vengo a refugiarme en tu regazo. A abandonarme a Tí. Tú conoces mis luchas, mis problemas, y en particular éste que ha motivado que te busque con desesperación. Te confieso que estaba desesperado, pero ahora sé que tu tienes el control. Dame fuerzas para seguir esperando. Auxíliame en este difícil momento. Mientras, espero y creo.
En el nombre de Jesús.
Amén
Bendiciones
Tu hermano en Cristo
Roosevelt Altez

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