domingo, 24 de marzo de 2013

SED



“y te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes venenosas, y de escorpiones, donde no había agua, y él sacó para ti agua de la roca del pedernal, y apagó tu sed;” Deuteronomio 8:15

-¿Has tenido sed alguna vez?

-No, no ganas de tomarte una coca-cola. Sed

Es terrible. No podemos vivir sin agua. Todas nuestras funciones corporales dependen del suministro del vital líquido.

Es por eso que, para darnos una idea de lo terrible que es vivir sin Dios, Jesús utiliza el ejemplo de la sed. Hay un paralelismo entro lo vital, en este caso el agua, y la presencia de Dios en nosotros. Si tenemos a Dios, tenemos agua. Si no tenemos a Dios, tenemos sed. Simple.

Claro que mientras bebemos agua acá en la tierra, ni nos acordamos de Dios. Pero, ¿y si nos falta?

Ese es el caso del hombre rico y el mendigo.

Repasemos juntos la historia: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Había también un mendigo llamado Lázaro, que lleno de llagas pasaba el tiempo echado a la puerta de aquél, ansioso de saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico, y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Llegó el día en que el mendigo murió, y los ángeles se lo llevaron al lado de Abrahán. Después murió también el rico, y fue sepultado. Cuando el rico estaba en el Hades, en medio de tormentos, alzó sus ojos y, a lo lejos, vio a Abrahán, y a Lázaro junto a él. Entonces gritó: “Padre Abrahán, ¡ten compasión de mí! ¡Envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y me refresque la lengua, porque estas llamas me atormentan!” Lucas 16:19-24

Como sabemos, el ser humano tiene sólo dos opciones, la vida o la perdición. Estoy hablando de la eternidad. La vida eterna es con Dios, la perdición eterna es sin Él.

-A mí qué me importa -puedes pensar-, para eso falta mucho.

Ni tanto. El vivir alejados de Dios es tortura continua. Te pongo algunos ejemplos: incertidumbre, no sabes con que te puedes topar en el día que comienza; envidia, ¿Por qué yo no puedo tener lo que ella tiene?; amargura, a mí siempre me pasas estas cosas malas, fatalismo, esta es la vida que me tocó vivir. 
Inmersos en la vorágine de la rutina diaria, ni nos percatamos que nuestra calidad de vida es pavorosa. Si sopesáramos los pensamientos y palabras negativas de un día normal, comparados con los optimistas, caeríamos en la cuenta de nuestra condición.

Pero seguimos adelante, no hay tiempo para pensar esas tonterías.

-No es mi culpa- decimos.

Descargamos nuestra conciencia y seguimos adelante.

Con sed.

Pero no necesitamos sufrir esas calamidades. Jesús le ofreció del agua que quería beber el condenado de la historia de arriba a la mujer samaritana. Para el rico ya no había tiempo, pero la mujer estaba hablando con el proveedor de vida.

“Una mujer de Samaria vino a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.» Juan 4:7

El diálogo continúa, y en el versículo 13, Jesús le dice: “«Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”

Dos aguas, dos tipos de sed, dos situaciones.

Si tu sed de tener paz en tu corazón, de vivir tu vida plenamente, ha llegado a la deshidratación espiritual, ven a beber el agua de vida. Acompáñame.

Abramos juntos el grifo, pongamos nuestros labios sedientos, resecos, debajo de la eterna fuente de provisión vital.

 Amado Padre Celestial. Venimos a ti sedientos. Necesitamos de esa agua de vida. Llénanos, quítanos la sed. Inúndanos de tu paz, de la certeza que Tú tienes el control sobre todas las cosas. Enséñanos a depender de ti en todo.
En el Nombre de Jesús te lo pedimos.
Amén

Dios te bendiga grandemente

Tu hermano en Cristo
Roosevelt Altez

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