“En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: "¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!" ” Lucas 18:13
Jueves, Febrero 16 de 2012
El recolector de impuestos, llevado por un profundo sentimiento de culpa, consciente de su maldad, y la suciedad de su pecado, cae humillado delante de Dios. Clamando por misericordia, destrozado su corazón ante lo evidente de sus faltas.
Ese sentirse sucio por lo que hemos hecho mal, esa certeza de que hemos caído en un pozo muy profundo por lo que hicimos, nos llena de desprecio por nosotros mismos, de necesidad de perdón. Ese sentimiento es diametralmente opuesto al de orgullo, de la oración del pomposo sacerdote.
Apreciamos el aguzado contraste, y nos percatamos de la vaciedad, la falta de valor del rezar sin ton ni son, del orar para que los demás nos escuchen.
Del otro lado, y porque lo sentimos bien hondo, con un nudo en la garganta, nos reconforta la intrínseca belleza de nuestras lágrimas delante de Dios.
Nuestra auto condena, y nuestro desprecio por nosotros mismos, nos lava y nos levanta cuando venimos delante de Dios en oración.
Oración: Señor mío y Dios mío, no quiero que mi oración sea vacía, llena de mi ego. Quiero orar como el recolector de impuestos. Dios amado, ten misericordia de mí, un pecador, confórtame, perdóname, necesito paz.
Amén
Tu hermano en Cristo
Pastor Roosevelt Altez
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