“y te hizo caminar por un desierto
grande y espantoso, lleno de serpientes venenosas, y de escorpiones, donde no
había agua, y él sacó para ti agua de la roca del pedernal, y apagó tu sed;”
Deuteronomio 8:15
-¿Has
tenido sed alguna vez?
-No,
no ganas de tomarte una coca-cola. Sed
Es
terrible. No podemos vivir sin agua. Todas nuestras funciones corporales
dependen del suministro del vital líquido.
Es
por eso que, para darnos una idea de lo terrible que es vivir sin Dios, Jesús
utiliza el ejemplo de la sed. Hay un paralelismo entro lo vital, en este caso
el agua, y la presencia de Dios en nosotros. Si tenemos a Dios, tenemos agua.
Si no tenemos a Dios, tenemos sed. Simple.
Claro
que mientras bebemos agua acá en la tierra, ni nos acordamos de Dios. Pero, ¿y
si nos falta?
Ese
es el caso del hombre rico y el mendigo.
Repasemos
juntos la historia: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino
fino, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Había también un mendigo
llamado Lázaro, que lleno de llagas pasaba el tiempo echado a la puerta de
aquél, ansioso de saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico, y
hasta los perros venían y le lamían las llagas. Llegó el día en que el mendigo
murió, y los ángeles se lo llevaron al lado de Abrahán. Después murió también
el rico, y fue sepultado. Cuando el rico estaba en el Hades, en medio de
tormentos, alzó sus ojos y, a lo lejos, vio a Abrahán, y a Lázaro junto a él. Entonces
gritó: “Padre Abrahán, ¡ten compasión de mí! ¡Envía a Lázaro para que moje la
punta de su dedo en agua, y me refresque la lengua, porque estas llamas me
atormentan!” Lucas 16:19-24
Como
sabemos, el ser humano tiene sólo dos opciones, la vida o la perdición. Estoy
hablando de la eternidad. La vida eterna es con Dios, la perdición eterna es
sin Él.
-A
mí qué me importa -puedes pensar-, para eso falta mucho.
Ni
tanto. El vivir alejados de Dios es tortura continua. Te pongo algunos
ejemplos: incertidumbre, no sabes con que te puedes topar en el día que
comienza; envidia, ¿Por qué yo no puedo tener lo que ella tiene?; amargura, a mí
siempre me pasas estas cosas malas, fatalismo, esta es la vida que me tocó
vivir.
Inmersos
en la vorágine de la rutina diaria, ni nos percatamos que nuestra calidad de
vida es pavorosa. Si sopesáramos los pensamientos y palabras negativas de un
día normal, comparados con los optimistas, caeríamos en la cuenta de nuestra
condición.
Pero
seguimos adelante, no hay tiempo para pensar esas tonterías.
-No
es mi culpa- decimos.
Descargamos
nuestra conciencia y seguimos adelante.
Con
sed.
Pero
no necesitamos sufrir esas calamidades. Jesús le ofreció del agua que quería
beber el condenado de la historia de arriba a la mujer samaritana. Para el rico
ya no había tiempo, pero la mujer estaba hablando con el proveedor de vida.
“Una
mujer de Samaria vino a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.» Juan 4:7
El
diálogo continúa, y en el versículo 13, Jesús le dice: “«Todo el que beba de
esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, no
tendrá sed jamás”
Dos
aguas, dos tipos de sed, dos situaciones.
Si
tu sed de tener paz en tu corazón, de vivir tu vida plenamente, ha llegado a la
deshidratación espiritual, ven a beber el agua de vida. Acompáñame.
Abramos
juntos el grifo, pongamos nuestros labios sedientos, resecos, debajo de la
eterna fuente de provisión vital.
Amado Padre Celestial. Venimos a ti sedientos.
Necesitamos de esa agua de vida. Llénanos, quítanos la sed. Inúndanos de tu
paz, de la certeza que Tú tienes el control sobre todas las cosas. Enséñanos a
depender de ti en todo.
En el Nombre de Jesús te lo
pedimos.
Amén
Dios te bendiga grandemente
Tu hermano en Cristo
Roosevelt Altez